La luna bajó a darnos las buenas noches, tan grande, tan amarilla, tan recostada en un tejado, ¿menguaba o crecía? ¿Y acaso importa?
Importa tu mano agarrada a la mía, nuestros dedos entrelazados, tu ombligo de almohada y la luna menguante o creciente pero llena, y queda tan lejos la Tierra.
Y ya no sé si es la luna la que nos inunda de luz, o si estamos en el sol, o si eres tú él mismo y la luna te refleja,
y ya no sé si es la luna la que nos contempla o nosotras a ella,
si la estamos alcanzando –yo la veo cada vez más grande y más cerca- o si se ha dejado caer por los tejados para alcanzarnos ella,
para observarnos por tu ventana, para morir de envidia -¿albergará astronautas?- o de amor que para el caso es lo mismo.
Si un día de estos explota la luna, que nadie se extrañe,
que se habrá pinchado con alguna antena
al bajar a vernos aún más de cerca por entre los tejados,
como un gato sin sueño,
como un globo extraviado,
como un ladrón con antifaz y con saco,
lo juro,
la luna como hecha a mano,
como de plastilina,
como una noche de dibujos animados.