Como el pitido de las puertas de un metro al cerrarse
a cuatro escalones de llegar al andén.
Como el autobús que arranca
a dos jadeos de alcanzar la parada.
Como entrar de madrugada en el último bar
en el que ya han cerrado la caja.
Como la arena seca dentro de un puño cerrado.
Como una estrella fugaz durante un parpadeo.
Ella se escapa.
Y yo aún golpeando el cristal
de las puertas del metro,
corriendo exhausta detrás del autobús,
maldiciendo al camarero del último bar,
construyendo en vano castillos en el aire con la arena seca
y 30 días mirando al cielo
esperando ver una estrella fugaz.